Aunque en un principio la intención era que el festival no pasase de ser “comarcal”, la presencia de grupos como El Bululú, desde Madrid, que representó El mito de Segismundo, o La Carátula, de Elche, con Cátaro-Carátula, que más venían a la búsqueda de un intercambio que a ganar unas perras, hicieron pensar en un certamen nacional, y aún más adelante, sin presumir de ello y sin intención hacia ese fin, permitieron la entrada de grupos extranjeros, pero, eso si, todos ellos dentro del terreno de la no profesionalidad, pues con la taquilla, desde el primer momento, se pagaban apenas el gasto de desplazamiento.
Problemático era cada estreno frente a la situación política. Dos permisos, por así decirlo, eran necesarios para poder levantar el telón. Una autorización gubernativa, las más de las veces denegada por el funcionario de turno que desconocía el contenido de la obra y se limitaba al cumplimiento del mandato recibido. Si se conseguía pasar este escollo quedaba el de la censura. Más ingrato, pues su decisión no se sabía hasta casi el momento de levantar el telón. Con anterioridad se recibía la visita del censor o censores ante los que había que hacer un ensayo general y éstos remitían su aceptación o negativa apunto de abrirse las puertas del espectáculo.